Recuerdos de la boda: los desposorios (2) – La Jueva de Tortosa – Representaciones teatralizadas acompañadas de cantos sefardíes
Las nubes de la tarde me invitaban a refugiarme en una calma desconocida para mí hasta el momento. Mi tierna edad se fundía con el peso del compromiso con el que comenzaba un nuevo caminar. Tanto Gentó como yo sabíamos que nuestra unión habia sido designada por el Supremo desde mucho antes de nuestro nacimiento. Un destino trazado que uniría por fin nuestros caminos para refugiarnos bajo la protección de su casa que ahora se convertiría en mi nuevo hogar.
Yo tenía sólo 13 años y Gentó 17. A veces me tomaba la licencia de pedir más tiempo para dar el paso del desposorio a mis padres. Mis cabellos alborotados i mi actitut juguetona delataban el propio deseo de prolongar el tiempo de niña. Padres, sabedores de este sentimiento, me habían tenido que repetir a menudo lo muy importante que era que nos casáramos a la edad adecuada, y de lo humillante, ibid¡ que podía resultar para nuestra familia dar el paso demasiado tarde.
El notario sacó un gran pañuelo azul, y mientras lo sostenía de uno de los extremos, le ofreció otro extremo a Gentó. Así unidos simbólicamente, el notario pronunció las palabras del contrato con el cual aceptábamos el compromiso del casamiento: «Con buen augurio y la ayuda del Supremo, Gentó, hijo de Shimón, desde este momento está apalabrado y se casará con la dulce Blanca, hija de Joseph Ravaia». Después expondría las condiciones del contrato.
Mi presencia en la ceremonia del compromiso se sostenia mediante un hilo invisible que me enlazaba con la imponente mirada de padre, quien seguídamente tomó el otro extremo del pañuelo, aceptando el compromiso en representación mía, de cumplir con el juramento y la promesa del casamiento. Seguídamente el notario redactaria el documento y nos entregaría una copia a cada una de las familias.
«Pensamientos de Blanca»