Recordando la Caixrut – Pensamientos de Blanca

El aire procedente de las montañas del Coll de l’Alba, nos invitaba al paseo por caminos donde florecia el tomillo  y donde crecia un romero generoso en propiedades y aroma. Judit me cogía fuerte la mano al cruzar el portal. Siempre temerosa de expresiones amenazantes y gestos hipócritas donde el hambre de dominio articulaba rostros fríos y expresiones orgullosas. Cubrirnos con la aldifara era obligatorio  para salir a territorio cristiano. Judith y yo a menudo jugábamos a imaginarla como capa de invisibilidad que nos protegía de un mundo agreste.
La tierna edad de mi hermana me invitaba a recordarle detalles de nuestras costumbres y tradiciones. Siempre con el porqué en sus labios, Judit se cuestionaba cualquier respuesta que no iba ligada a la razón. Había aprendido con la práctica del día a día, los hábitos relacionados con las festividades y la comida. Aún así, había que verbalizar la norma de la Caixrut para ampliar su comprensión mediante los encadenados por ques.
Paseando por el camino de Banyeres, entre muralla y sombra de olivos, nos animábamos a enumerar  alimentos cosher. Entre ellos recordábamos los diferentes grupos y mencionábamos, tal como lo hacía a menudo la madre, los versículos del Libro de Levítico donde especificaba estos grupos de alimentos aptos y apropiados. «Es alimento cosher toda carne que provenga de mamíferos rumiantes con la uña partida, peces que tengan aletas y escamas y todas las aves excepto las rapaces y las nocturnas».
Seguíamos el juego nombrando alimentos  prohibidos o taref y por tanto no cosher. La lista solía empezar con la carne de cerdo, seguida de los reptiles, el marisco, los insectos, los anfibios, los equinos, los conejos …
Y con cada alimento taref una mueca que mostraba nuestra aversión al pensar en aquellos animales como alimento en la mesa. A pesar de todo, resultaba divertido imaginarlo, como algo alejado a nuestra realidad.
La conversación se adentraba en terrenos más llanos al hablar de la forma en que  la madre limpiaba la carne de sangre, salándola y dejándola reposar durante horas. O de cómo la madre separaba la grasa del cordero, o de cualquier otro animal antes de cocinarlo. O del tiempo que había que respetar entre la ingesta de carne y de leche.
En poco rato el cielo se cubrió de gris, el viento y la lluvia tiñeron el paisaje con un aire renovado. La madre esperaba las hierbas para cocinar. De vuelta al barrio seguiríamos jugando con la capa protectora para hacernos visibles de nuevo en atravesar el Portal dels Ferrers.