Recordando al gran Menahem ben Saruq – Pensamientos de Blanca

 

Padre, a pesar de que tenia  que hacer verdaderos esfuerzos para llevar dinero a casa, con su negocio del coral, siempre encontraba un poquito de tiempo cada dia para sus enseñanzas mediante sus relatos. Aquella tarde de frío invernal, al volver de la sinagoga, nos empezó a hablar de un hombre que había vivido en Tortosa hací­a más de quinientos años, al que mucha gente del «call» de Tortosa recordaba como el gran defensor del hebreo , que escribiría la primera gramática hebrea de todos los tiempos,  Menahem ben Saruq.
De joven, llevado por el afán de aprender y dedicarse a la lengua madre, se desplazarí­a a Córdoba buscando el mecenas que le permitiera dedicarse a sus grandes pasiones, el estudio de la lengua hebrea y la poesí­a .
Allá­ conseguirí­a trabajar como secretario al servicio de Isaac ben Hasday, padre del gran Hasday ibn Shaprut, médico del califa Abderraman III. Fue Hasday ibn Shaprut, quien le encargó un estudio profundo de la lengua hebrea. Así­,  Menahem, despuéss de mucho tiempo de trabajo, elaboró un diccionario de raí­ces hebreas a partir de las Escrituras Sagradas, que tomaría el nombre de Mahbéret. Su obra, a diferencia de otras gramáticas anteriores, serí­a escrita exclusivamente en hebreo.
Influenciado por las gramáticas Árabes que en su tiempo se escribían, escribió el Mahbéret con la voluntad de que nuestro pueblo, nos decí­a el padre con voz casi solemne, recuperara el sentido exacto de las raí­ces de la lengua hebrea tal como aparecí­a en la Biblia.
Su forma de pensar se ganó muchos enemigos, en especial, el gramático Dunash. Con el tiempo perderí­a la protección de  Hasday ibn Shaprut, y finalmente fue encarcelado.
Sin embargo, el Mahbéret de Menahem ben Saruq fue durante cientos de años nuestra fuente principal del saber filosófico y para la comprensión de la Torá¡

 

 

 

Recordando la Caixrut – Pensamientos de Blanca

El aire procedente de las montañas del Coll de l’Alba, nos invitaba al paseo por caminos donde florecia el tomillo  y donde crecia un romero generoso en propiedades y aroma. Judit me cogía fuerte la mano al cruzar el portal. Siempre temerosa de expresiones amenazantes y gestos hipócritas donde el hambre de dominio articulaba rostros fríos y expresiones orgullosas. Cubrirnos con la aldifara era obligatorio  para salir a territorio cristiano. Judith y yo a menudo jugábamos a imaginarla como capa de invisibilidad que nos protegía de un mundo agreste.
La tierna edad de mi hermana me invitaba a recordarle detalles de nuestras costumbres y tradiciones. Siempre con el porqué en sus labios, Judit se cuestionaba cualquier respuesta que no iba ligada a la razón. Había aprendido con la práctica del día a día, los hábitos relacionados con las festividades y la comida. Aún así, había que verbalizar la norma de la Caixrut para ampliar su comprensión mediante los encadenados por ques.
Paseando por el camino de Banyeres, entre muralla y sombra de olivos, nos animábamos a enumerar  alimentos cosher. Entre ellos recordábamos los diferentes grupos y mencionábamos, tal como lo hacía a menudo la madre, los versículos del Libro de Levítico donde especificaba estos grupos de alimentos aptos y apropiados. «Es alimento cosher toda carne que provenga de mamíferos rumiantes con la uña partida, peces que tengan aletas y escamas y todas las aves excepto las rapaces y las nocturnas».
Seguíamos el juego nombrando alimentos  prohibidos o taref y por tanto no cosher. La lista solía empezar con la carne de cerdo, seguida de los reptiles, el marisco, los insectos, los anfibios, los equinos, los conejos …
Y con cada alimento taref una mueca que mostraba nuestra aversión al pensar en aquellos animales como alimento en la mesa. A pesar de todo, resultaba divertido imaginarlo, como algo alejado a nuestra realidad.
La conversación se adentraba en terrenos más llanos al hablar de la forma en que  la madre limpiaba la carne de sangre, salándola y dejándola reposar durante horas. O de cómo la madre separaba la grasa del cordero, o de cualquier otro animal antes de cocinarlo. O del tiempo que había que respetar entre la ingesta de carne y de leche.
En poco rato el cielo se cubrió de gris, el viento y la lluvia tiñeron el paisaje con un aire renovado. La madre esperaba las hierbas para cocinar. De vuelta al barrio seguiríamos jugando con la capa protectora para hacernos visibles de nuevo en atravesar el Portal dels Ferrers.